lunes, 18 de junio de 2012

Conflictos de Intereses en la Investigación Biomédica: los médicos

Conflictos de intereses, la industria farmacéutica y su historia


  • La primera fase es la de los condicionantes previos, que son factores que condicionan el estado mental de un individuo con respecto a su neutralidad, es decir, que comprometen el potencial de esa persona a ejercitar su responsabilidad hacia el bien público.

  • La segunda fase es la del estado mental, que representa los sentimientos, debilidades o afinidades condicionadas por la primera fase.

  • La tercera fase es la del comportamiento externo, que son los actos que realiza esta persona, movido por el estado mental y la situación al que le llevan la primera y segunda fase.

Así, si un médico nuevo entra en un hospital en el que ve a médicos veteranos aceptando invitaciones a viajes y conferencias por parte de laboratorios, estará inconscientemente adquiriendo unos condicionantes previos que le predisponen a aceptar también él estos viajes y conferencias, ya que es algo que no sólo ve como normal, sino que puede ser entendido incluso como una recompensa al trabajo bien hecho. Cuando acepta uno de estos viajes o conferencias por parte de un laboratorio, el médico se posiciona en un estado mental en el que desarrolla sentimientos de simpatía o favoritismo hacia ese laboratorio, y que le predispone a cometer actos no éticos para saldar su supuesta deuda o en señal de reciprocidad o gratitud. Cuando efectivamente el médico receta uno de los medicamentos del laboratorio en cuestión, no solo por el beneficio objetivo que este pueda tener a sus pacientes, o por el ahorro económico que este pueda suponer al estado, sino también como forma de gratitud hacia su relación privilegiada con el laboratorio, este comportamiento externo es el que propiamente definimos como conflicto de intereses.

Es oportuno señalar que aunque hablando desde un punto de vista legal solo podríamos llamar conflicto de intereses a la tercera fase, aun así es muy difícil demostrar que el individuo actúe de esa manera para realmente gratificar o reciprocar sus relaciones personales fuera del interés público, ya que a menudo este interés público también se sirve (aunque sea de una manera parcial). Por eso, dada la dificultad de la evaluación de los verdaderos intereses del individuo y de su pensamiento cuando realiza una u otra acción (que convierte muchas veces este tipo de juicios en más bien juicios de intenciones que de acciones) en muchos ámbitos laborales donde el peligro del conflicto de intereses es evidente, las reglamentaciones internas han intentado atacar las conductas de la segunda fase, e incluso de la primera, entendiendo que la tercera fase es consecuencia de las otras dos. Así, si mediante cursos en los centros de formación de profesionales de las distintas ramas con potencial evidente de conflicto de intereses se les informa y advierte de este peligro, sería más difícil en teoría que adquirieran los condicionantes previos propios de la primera fase (aunque luego veremos que esto es muy discutible). Si se prohiben en reglamentos internos el aceptar regalos o invitaciones de una cuantía superior a la meramente simbólica (como de hecho se hace en la mayor parte del funcionariado público de muchos países) se supone que se evita la relación de reciprocidad y gratitud entre las dos partes, evitando así la posibilidad de conflicto de intereses.

Sin embargo, en el mundo científico, la idea de conflicto de intereses no solo llega tarde, sino que es ampliamente rechazada por muchos científicos, que se ven a si mismos como buscadores y garantes de la verdad y que jamás verían su prestigio (lo más importante para un científico, después de la búsqueda de la verdad) mermado por un interés monetario o familiar. Esta visión del científico aislado del mundo y de las relaciones interpersonales que este conlleva, y subsumido en su trabajo en pos de la verdad, por mucho que sea la que comparten muchos de ellos, no puede dejar de ser más una ilusión y un ideal que una realidad. La verdad es que, en el mundo científico, como en cualquier otro, el conflicto de intereses es una realidad. Nos centraremos en este trabajo en el conflicto de intereses en el sector biosanitario, concretamente en la relación entre el estado, las farmacéuticas y los pacientes, presentando al médico como nexo de unión entre ellos. Veremos a continuación cómo es la dinámica que favorece el conflicto de intereses en el sector biosanitario de una manera general, centrándonos en el papel de las industrias farmacéuticas, y como éstas se han ido posicionando política y económicamente en una posición cada vez más fuerte para fomentar estos conflictos.
La industria farmacéutica se autopresenta como la garante de la medicina moderna, sustentada en su mayor parte en el avance de los tratamientos médicos y de la investigación y el desarrollo que estos conllevan. Sin embargo, al ser una industria enorme, con enormes cuotas de poder político, económico y social, podemos imaginar que esta cuota de poder trae consigo también grandes cuotas de influencia, donde las personas individuales afectadas presentan conflictos de intereses. Estas personas afectadas abarcan un amplio abanico, que va desde políticos cuyas campañas electorales son financiadas por la industria farmacéutica, y acto seguido legislan a favor de ellas; a científicos e investigadores dentro de estas compañías que tienen a realizar investigaciones que favorecen los intereses de la compañía; a médicos que son mas propensos a recetar tal o cual medicamento dependiendo de a cuántas comidas o congresos hayan sido invitados; a investigadores universitarios que están mas preocupados en que el laboratorio con el que colaboran les siga financiando sus experimentos que en el propio experimento; a funcionarios estatales que ven como están perdiendo poder y toma de decisiones con respecto a las farmacéuticas; y un largo etcétera. Todas estas personas participan de una manera u otra en la amalgama de conflictos de intereses que se da en el sector farmacéutico. Las características principales que fomentan la existencia de conflictos de intereses en esta industria son[1]:
·         Las compañías farmacéuticas producen pocos medicamentos originales e innovadores, limitándose a copiar vagamente viejas fórmulas para así obtener la prolongación de la patente de explotación de su producto (las conocidas como me-too drugs)
·         Las agencias reguladoras (como por ejemplo la FDA americana, la agencia reguladora para de alimentos y medicamentos, o su homóloga europea, la EMA o agencia europea de los medicamentos) están demasiado supeditadas a la industria que intentan regular.
·         Las compañías farmacéuticas tienen demasiado control sobre la investigación clínica de sus propios productos.
·         Las patentes y otros derechos de propiedad son demasiado duraderos y elásticos.
·         Las compañías farmacéuticas tienen demasiada influencia en los cursos de formación, charlas, congresos, artículos científicos, etc. sobre sus propios productos.
·         Datos relevantes sobre la investigación, el desarrollo, la comercialización y el precio de los medicamentos se mantienen en secreto.
·         Los precios son demasiado altos y variables.
Ante una estructura que presenta estas características, es fácil imaginar que los actores que intervengan en ella se les pueda presentar un conflicto de intereses. Estos conflictos de intereses en el caso que nos ocupan no solo afectan al ámbito ético, pudiendo analizar si es moralmente reprobable determinada actitud que superpone el interés personal o corporativo ante el perjuicio social, sino que también, dado que nos encontramos en el sector biosanitario, afectan al ámbito epistemológico, ya que el conocimiento científico se puede ver afectado en el caso por ejemplo de que un investigador valore más positivamente de lo que realmente debería serlo la utilidad de un medicamento. Es importante tener en cuenta la dimensión extra epistemológica añadida a la dimensión ética, ya que esta es propia de los conflictos de intereses en el ámbito científico. Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?
Dos son los factores claves para explicar la extraordinaria expansión de la industria farmacéutica desde los años 70 hasta como la conocemos hoy. Primero, la revolución biotecnológica de los 70, la llamada ingeniería de recombinación, una consecuencia práctica de la ciencia genómica, con la que era posible, en teoría y con su debida investigación, sintetizar artificialmente tejidos, órganos, hormonas y fluidos del cuerpo humano. En esta época, existían pocos científicos universitarios que mantuvieran relaciones con compañías farmacéuticas. Sin embargo, el gobierno estadounidense, dándose cuenta de las ventajas de la revolución biotecnológica y de lo que esto podía suponer para generar riqueza en el país, aprobó en el 1980 la ley de Bayh-Dole[2]. Y este fue el segundo factor clave, ya que este cambio legislativo permitía y fomentaba que las universidades patentaran y comercializaran descubrimientos hechos por sus investigadores y financiados por fondos federales. Esto evolucionó hacia una integración entre la universidad y la empresa, al crear las propias universidades incubadoras de empresas tecnológicas donde explotar estas patentes, pudiendo estas ser financiadas por capital privado[3]. A partir de aquí, el poder económico que fueron teniendo las compañías farmacéuticas, cada vez mayor, se transformó también en áreas de influencia política y social, y la inercia de una sociedad civil demasiado callada y un gobierno colaborativo hicieron el resto. Es comprensible hasta cierto punto que estemos en la situación que estamos, ya que en temas tan delicados como la salud tendemos a dejarnos aconsejar por los que mejor saben, y estos teóricamente no son otros que los especialistas farmacéuticos y otros profesionales del sector sanitario.

Abordaremos dentro del complejo mundo del conflicto de intereses en el sector biosanitario un caso particular que es el que aborda al conflicto de intereses en los médicos.

Los médicos

Dentro del conflicto de intereses hay un caso particular que es el que afecta a la prescripción médica. Los médicos en disposición de expedir recetas médicas, y al servir de puente entre la industria farmacéutica y el estado, por una parte, y los pacientes o enfermos, por otra, son una pieza clave en este engranaje. Su conflicto de intereses es el de imponer el beneficio propio (y el de la compañía farmacéutica) al del beneficio de los pacientes.
Al ser los que eligen en última instancia el medicamento que se le debe administrar al paciente, los médicos se presentan como un elemento clave del proceso. La industria farmacéutica necesita de la colaboración de los médicos, sin los cuales sus productos no tendrían salida al mercado. Para ello usan diferentes técnicas que pueden en un momento dado favorecer el conflicto de intereses. Estas técnicas afectan al médico durante toda su vida educativa y laboral, empezando desde su formación. Es frecuente que el futuro médico entre en contacto durante su etapa universitaria con alguna empresa del sector, gracias a los comunes acuerdos firmados entre la universidad y esta industria. En EEUU no se ve como algo raro que el lugar del campus donde se encuentran los laboratorios para las clases prácticas se llame “Edificio Bayer”[4], pagados posiblemente por esta compañía en virtud de acuerdos de colaboración universidad-industria bajo el amparo de la Ley Bayh-Dole. Tampoco es extraño que muchos artículos científicos hablando de análisis comparativos de medicamentos, de los que se nutren los estudiantes para su formación, provengan o bien de investigadores de las propias compañías, o bien de estudios financiados total o parcialmente por estas compañías. Nada de esto es en sí ilegal o constitutivo de conflicto de intereses en sentido estricto, pero ya hemos visto que es difícil probar claramente que la tercera fase (comportamiento externo) responda verdaderamente a un conflicto de intereses. Sin embargo, podemos inclinarnos a pensar por el momento que estas experiencias, tanto la del nombre y financiación en las universidades por parte del sector farmacéutico como la del acceso por parte de los estudiantes a artículos financiados por este mismo sector, pueden influir en la forma en la que los futuros médicos perciben la realidad, en lo que llamamos los condicionantes previos cuando vimos las tres fases de los conflictos de intereses. Incluso más preocupante es el tema cuando vemos que los artículos científicos financiados por la industria tiene más probabilidades de presentar un sesgo interesado que los que no están financiados por ella[5].
Ya durante la vida laboral del médico, aparece la figura del visitador médico. El visitador médico es un empleado de una compañía farmacéutica encargado de acercarse a los médicos para poder ganarse su confianza y hacer que sean más propensos a recetar los medicamentos de su compañía. Para ello cuentan con un presupuesto nada desdeñable por parte de las farmacéuticas, que en algunos casos llega al 30% del total del presupuesto de la empresa, aunque este aparece clasificado en las cuentas en un cajón desastre para administración/educación/marketing[6]. Este presupuesto es invertido de múltiples formas, para captar la atención del médico. Desde los simples regalos de poco valor económico hasta millones de dólares a lo largo de años de relación, las posibilidades son infinitas.
Suelen empezar muy pronto en el desarrollo de la profesión médica. Como hemos visto, ya desde la universidad los médicos están predispuestos y ven como normal el hecho de que haya laboratorios en sus vidas profesionales, y cuando llegan a su clínica u hospital, no sólo se convierte en algo normal, sino que el hecho de tener visitadores médicos les da cierto prestigio, como veremos más adelante. Tanto es así, que médicos residentes de primer y segundo año atienden de dos a tres veces más a comidas organizadas por los laboratorios para publicitar medicamentos que médicos con algo más experiencia (residentes de tercer y cuarto año), y más médicos residentes de los primeros dos años creen que los representantes de los laboratorios tienen un rol importante en su desarrollo educativo, con respecto al grupo de los residentes de los últimos dos años. Asimismo, los de primeros años están tres veces más predispuestos a recibir medicamentos de muestra por parte de los visitadores médicos[7]. Vemos aquí varias prácticas comunes de los visitadores médicos, como la de organizar comidas para publicitar medicamentos, regalar medicamentos de muestra para que los médicos los puedan probar en sus pacientes y así ver cómo les funciona y por último una de las más importantes, la de contribuir a su desarrollo educativo.
La contribución de las farmacéuticas al desarrollo educativo de los médicos puede ser hecha de varias formas. La más común es la de cubrir el costo de inscripción, hoteles y viaje del médico (y a veces, de su acompañante o familia) con el objetivo de que pueda asistir a un congreso de su interés. También puede cubrir el costo de una ampliación de estudios o curso de especialización en el que el médico pueda tener interés. A un tercio de los médicos se les financian estas dos cosas. Cuando estos médicos alcanzan un cierto nivel de reconocimiento en su profesión, son invitados a estos congresos, cursos de especialización, pero esta vez como ponentes. También se les puede requerir que conduzcan un ensayo clínico o que escriban un artículo sobre algún tema relacionado con su especialidad (y/o con un medicamento de una compañía específica). Un 28% de ellos recibe una compensación económica por ello de parte de los laboratorios farmacéuticos[8].
Pero no solamente los médicos recién llegados se benefician de estos parabienes de la industria farmacéutica. Toda la profesión se ve afectada de una u otra manera. Así, según (Hodges, 1995) ,(Campbell, 2007) y (Kaiser, 2009), un 94% de los médicos mantiene algún tipo de relación con la industria farmacéutica que podría desarrollarse en conflicto de intereses, un 83% ha sido invitado a comer, y un 78% ha recibido medicamentos de muestra. Dentro de los médicos hay clases. Así, un cardiólogo tiene el doble de posibilidades de establecer contacto y recibir a un visitador médico que un médico de familia, y médicos con consulta propia o en clínicas privadas pequeñas se reúnen con visitadores más frecuentemente que los de los hospitales públicos o las grandes clínicas privadas. El dinero que estos reciben varía enormemente. Puede ir desde una media de unos 20 dólares por visita para un médico en prácticas hasta cifras de varios cientos de miles de dólares al año (y continuadamente durante varios años, llegando a cifras de millones de dolares) para jefes de sección o médicos especialistas de grandes universidades.
Dada la absoluta normalidad y extensión de las relaciones entre los médicos y la industria farmacéutica, podría pensarse que los médicos tienen buenas razones para ello (aparte de la obvia razón de la ventaja económica/social de percibir dinero, regalos y oportunidades de viaje y educación, quiero decir). Sin embargo, menos de un tercio de los médicos del estudio de (Hodges, 1995) creen que los visitadores médicos proporcionan una fuente fidedigna de información sobre los medicamentos. A pesar de eso, el 71% estuvo en desacuerdo con prohibir la visita de representantes de la industria farmacéutica por ley. El gran porcentaje de médicos en prácticas que cree que no pueden ser influenciados mediante las visitas o los regalos de los visitadores médicos raya en la ingenuidad. La ingenuidad parece convertirse en cinismo cuando menos de la mitad de ellos mantendrían el mismo nivel de contacto con los visitadores médicos si regalos promocionales y otros beneficios no formaran parte del trato.
Como pone de manifiesto el artículo de (Chimonas, 2007), la actitud de los médicos ante las visitas de los representantes de la industria farmacéutica y de los regalos que de ellos reciben no deja de estar llena de incongruencias y contradicciones inquietantes. La mayoría de los médicos no cree que la interacción con los visitadores altere su comportamiento o juicio médico, sin embargo sólo un 16% cree que no altera el de sus colegas médicos. Es decir, la mayoría de los médicos creen que mientras que la mayoría de sus compañeros sí se ven afectados por estas interacciones, ellos desarrollan una especie de inmunidad o superpoder que les evita caer en la parcialidad. Las incongruencias también se manifiestan en cuanto a los regalos: la mayoría está de acuerdo con la situación actual de regalos, invitaciones a comer, viajes, comidas para mostrar nuevos medicamentos, etc., y creen que en general les ayudan a educarse sobre nuevos productos y a mejorar la información que se le puede ofrecer al paciente. Sin embargo, no quieren que los datos de estos regalos puedan ser públicos, y admiten que los regalos pueden comprometer la objetividad del médico. El secretismo con respecto a los regalos es hermético tanto por parte de los médicos como por parte de la industria. En general, los médicos son conscientes de los efectos negativos de las interacciones pero no tienen intención de que cesen. Ante ello actúan con disonancia cognitiva, tratando de resolver los conflictos que erosionan su autoimagen de médicos altruistas que buscan el bien del paciente en todos los casos. Para lidiar con esta disonancia, usan dos aptitudes: la racionalización y la negación. Así, ignorar el asunto (admitiendo que nunca han pensado en eso), desplazar la responsabilidad (a las compañías farmacéuticas o al Estado) o enfatizar los beneficios (educación, probar nuevos productos) mientras se minimizan los daños (posibles recetas que no redundan en el beneficio del paciente) son prácticas comunes.

Las soluciones

Solucionar un tema que afecta a tanta gente, donde hay tanto poder político, económico y social concentrado, y en un sector tan delicado como es el de la salud, no es fácil. Además, si contamos con médicos que presentan disonancia cognitiva de la situación y van a negar o racionalizar su práctica de conflicto de intereses, la solución se vuelve aún más difícil.
Antes de entrar en el tema de los médicos propiamente dicho, cabe decir que ya que el sector farmacéutico esta muy interrelacionado, todo lo indicado a resolver los conflictos de intereses en otros campos del sector también redundará en un beneficio indirecto para el campo específico de los médicos. Así, como nos propone (Angell, 2006), una nueva ley de patentes que recupere su intención original y no facilite la aparición de me-too drugs; unas agencias reguladoras fuertes e independientes de la industria que quieren regular; la creación de un instituto público para el control de los análisis clínicos, ahora en manos de las propias compañías; una ley de transparencia sobre el proceso de investigación, desarrollo y comercialización de los medicamentos o unos precios de mercado fijos  y razonables sin duda ayudarían a disminuir la esfera de poder de las compañías farmacéuticas y por tanto contribuirían a evitar muchos de los conflictos de intereses que se dan en el campo de las interacciones con los médicos.
(Hodges, 1995) nos recomienda la inclusión de cursos de responsabilidad ética sobre conflicto de intereses en la universidad, ya que las interacciones entre doctores y farmacéuticas son más comunes en médicos más jóvenes e inexperimentados. Sin embargo, (Chimonas, 2007) nos indican que las medidas (sobre todo la que se refiere a las recomendaciones y buenas prácticas voluntarias) que proponen la mayoría de las asociaciones médicas son inadecuadas. Precisamente por la disonancia cognitiva de la que hablamos, es muy difícil que la autorregulación por sí sola (aunque venga de parte de asociaciones médicas) pueda alterar la conducta de los médicos para resolver favorablemente los conflictos de intereses, ya que estos siempre pueden racionalizar y negar su conducta haciendo que no sean ellos el sujeto de los conflictos de intereses. No sirve de nada un código de conducta para resolver conflictos de intereses si ningún médico se reconoce como actor en él. Chimonas et al. apuestan por tanto por una resolución del conflicto de intereses de manera externa al médico.
Este control externo puede venir de varias formas. La más obvia es sin duda la de la regulación e imposición de códigos éticos para médicos. Como ya se hace en otros ámbitos de la vida pública, como en la mayoría del funcionariado estatal y muchas profesiones liberales (abogados, economistas, etc) se puede imponer en los médicos ciertas normas éticas de restricción de visitas, control sobre los regalos, control sobre los análisis médicos a pacientes, etc. También se pueden imponer leyes que aboguen por una mayor transparencia en el sector, obligando a los médicos a declarar el dinero recibido por parte de los laboratorios, o las conferencias en las que han participado como ponentes pagados por laboratorios médicos.
Pero la imposición de restricciones vía reglamento tiene sus limitaciones. Las compañías farmacéuticas aprovechan el ambiguo campo de la educación para poder seguir regalando viajes a congresos a los médicos. En el plano legal, muchos de los pleitos contra médicos no terminan en juicios, sino en acuerdo entre las partes, cubriendo la cantidad de dinero acordada entre el médico y el denunciante por parte de una compañía farmacéutica[9]. Bajo este amparo, los médicos sienten que pueden seguir infringiendo la ley, ya que para empezar, es difícil probar la existencia de conflicto de intereses, y si se diera el caso, saben que las compañías farmacéuticas van a cubrir el coste.
Una forma efectiva de contrarrestar estas pequeñas trampas de la industria ante las regulaciones es la de la denuncia pública por parte de la sociedad civil, siendo esta una forma de control externo que no necesita de regulación o intervención política. Un ejemplo evidente de ello es que las compañías farmacéuticas han reducido el gasto dedicado a los médicos desde que éste está vigilado por instituciones sin ánimo de lucro de la sociedad civil (Weber, 2012), como por ejemplo la lista Dollars for Docs[10], una base de datos donde se especifican y hacen públicas las interacciones monetarias entre la industria farmacéutica y los médicos.

Cuatro vías

Como vimos al principio del trabajo, cuantas más interacciones interpersonales, es decir, mientras más compleja sea la estructura con la cual estamos tratando, más posibilidad de aparición de conflictos de interés se nos presentan. La estructura de la industria de la salud y todo su abanico engloba universidades, gobiernos, la industria farmacéutica, hospitales y clínicas, investigadores, compañías de seguros y pacientes, todos involucrados en mayor o menor medida. Y las interacciones interpersonales entre ellos no creo que decrezcan a corto o medio plazo, sino más bien al contrario. La estructura se vuelve cada día más compleja, y con ella, más aumenta el riesgo de los conflictos de intereses. Como hemos visto, una pieza clave que hace de puente entre la industria farmacéutica y los pacientes es la figura del médico que esta en disposición de expedir recetas de medicamentos. Dada la influencia a la que se ve sometido el médico por parte de los visitadores médicos de las compañías farmacéuticas y otros factores aquí tratados, la aparición de conflictos de intereses en la vida de un médico es muy probable. Ante todo ello, propongo cuatro vías para intentar reducir el número de conflictos de intereses en los médicos, ya que eliminarlos completamente me parece imposible.
1.      Educación: impartir como parte del itinerario universitario del médico cursos donde se trate el tema del conflicto de intereses, y la situación práctica de tener que lidiar con visitadores médicos en el futuro. Esta vía tiene resultados debatibles, como hemos visto, pero no cuesta mucho y el médico no podrá decir en un futuro que es la primera vez que oye lo que son los conflictos de intereses o que no sabe cual es el verdadero papel del visitador médico cuando se le presente la situación en la vida real.
2.      Regulación: como existen en otras profesiones (tanto en la vida del funcionariado público como en otras profesiones liberales), deberíamos dotar a los médicos con un código ético vinculante que regule la manera en la que interactúan con los visitadores médicos o con la industria farmacéutica en general. Si las asociaciones médicas no están por la labor de hacerlo (esto es, de forma vinculante y obligatoria para el ejercicio de la profesión), como así parece, debería ser impuesto por el gobierno.
3.      Ejemplarización: cuando algún médico cometa un delito donde los conflictos de intereses tengan un papel relevante, este debe ser castigado como dispone la ley, intentando que los casos no sean sobreseídos o lleguen a un estado de acuerdo de las partes (previo pago del sector farmacéutico de los costes del médico, como ya hemos visto).
4.      Seguimiento público: quizá la más importante, a mi entender, y en la que en mayor medida podemos participar todos en tanto que (futuros) pacientes y ciudadanos. Gran parte de la culpa de que existan estos conflictos de intereses en los médicos de manera tan generalizada es la pasividad casi absoluta de la sociedad civil ante ellos. Hasta cierto punto es comprensible que ante un tema tan delicado como la salud nos fiemos del especialista, pero haciéndolo de una manera ciega nos exponemos a ser manipulados por el gobierno y el sector farmacéutico para beneficio de este último. No olvidemos que al fin y al cabo es nuestro dinero[11], y peor aún, nuestra salud, lo que está en juego. Siendo por tanto (o aspirando a ser) miembros capaces de una sociedad plural y pluralista, es de nuestro interés defendernos de los abusos cometidos por parte de la industria farmacéutica. Se puede hacer activamente de varias formas: exigiendo al gobierno mayor énfasis en la educación, regulación y ejemplarización con respecto a los conflictos de intereses en el sector farmacéutico (las tres primeras vías ya explicadas); preguntándole directamente a nuestro doctor sobre sus conflictos de intereses, o asociándose en iniciativas de denuncia pública como la de la base de datos Dollars for Docs de ProPublica.


Bibliografia

Angell, M. (2006). The truth about the drug companies: How they deceive us and what to do about it. Melbourne: Scribe.
Campbell, E., Russell, L., Mountford, J., Miller, L., Cleary, P., Blumenthal, D. (2007, Abril). A National Survey of Physician-Industry Relationships. The New England Journal of Medicine, 356, 1742-1750. Recuperado de http://www.nejm.org/doi/full/10.1056/NEJMsa064508
Chimonas, S., Brennan, T., Rothman, D. (2007, febrero). Physicians and Drug Representatives: Exploring the Dynamics of the Relationship. Journal of General Internal Medicine, 22(2), 184-190. Recuperado de http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1824740/pdf/11606_2006_Article_41.pdf
Hodges, B. (1995, septiembre). Interactions with the pharmaceutical industry: experiences and attitudes of psychiatry residents, interns and clerks. Canada Medical Association Journal, 153 (5), 553-559. Recuperado de http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1487391/pdf/cmaj00077-0051.pdf
Kaiser, J.(2009, Julio). Private Money, Public Disclosure. Science Magazine, 325, 28-30. Recuperado de http://www.grassley.senate.gov/about/upload/07072009.pdf
Krimsky, S. (2003). Science in the private interest: Has the lure of profits corrupted biomedical research?. Lanham: Rowman & Littlefield Publishers.
Nguyen, D., Weber, T. & Orstein, C (2011, septiembre) Dollars for Docs: How Industry Dollars Reach Your Doctors. ProPublica: Journalism in the Public Interest. Recuperado de http://projects.propublica.org/docdollars/
Weber, T. & Orstein, C. (2011, 16 de septiembre). Doctors Avoid Penalties in Suits Against Medical Firms. ProPublica: Journalism in the Public Interest. Recuperado de http://www.propublica.org/article/doctors-avoid-penalties-in-suits-against-medical-firms
Weber, T. & Orstein, C. (2012, 3 de enero). Drug Companies Reduce Payments to Doctors as Scrutiny Mounts. ProPublica: Journalism in the Public Interest. Recuperado de http://www.propublica.org/article/drug-companies-reduce-payments-to-doctors-as-scrutiny-mounts
Yank, V., Rennie, D., Bero, L. (2007) Financial Ties and Concordance between results and Conclusions in Meta-Analyses: Retrospective Cohort Study, British Medical Journal, 335, 1202-1205.


[1] (Angell, 2006)
[2] Curiosamente, una de las características principales del EEES (Espacio Europeo de Educación Superior) ratificado en junio de 1999 en Bolonia, es la de fomentar los acuerdos universidad-empresa de una forma parecida a la que ya lo hiciera la Ley Bayh-Dole en EEUU.
[3] (Kaiser, 2009) para una explicación más detallada de la historia de la biotecnología y el conflicto de intereses.
[4] Una simple búsqueda en Google de los términos “Bayer building” AND “university” nos devuelve más de doce mil entradas, muchas de las cuales a páginas de las más prestigiosas universidades de medicina del mundo.
[5] (Yank, 2007)
[6] (Angell, 2006) Capítulo 3, para ampliar sobre el vago cajón desastre del marketing, la educación y la administración.
[7] (Hodges, 1995) pp. 556-558
[8] (Campbell, 2007) pp. 1747-1749
[9] (Weber, 2011)
[10] (Nguyen, 2011)
[11] Ya sea directamente en el caso de países/sistemas con un acceso no universal a la salud, o indirectamente en sistemas con seguridad social universalizada.

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